AL VUELO/ Ojos

Por Pegaso

Andaba yo volando bajo para ver si me refrescaba un poco ya que el verano llegó pegando fuerte.

Luego de mi vuelo matutino me puse a revisar mi correo electrónico para ver qué notas publicaría en el portal Reynosa Post.com, y ahí los ví.

Sí.  Ví una composición fotográfica con su respectivo boletín de prensa enviada por la Procuraduría General de Justicia del Estado donde se presentan los retratos de frente de cuatro de los menores de edad que se fugaron del Consejo Tutelar para Menores de Güemez.

Tras una heroica y exhaustiva búsqueda, la Policía Estatal dio con el paradero de algunos.  Los hallaron bajo las faldas de sus mamis llorando porque unos hombres malos los tenían encerrados en una cárcel muy fea.

Si bien es cierto que, en apego a la ley no se debe publicar el rostro de un menor infractor, la verdad es que hay algunos que merecen no sólo eso, sino la horca, la guillotina, el electroshock y el cianuro, por tal cantidad de atrocidades que llegan a cometer en tan corto tiempo de vida.

¡Vean las caras de éstas inocentes creaturitas! (Nota de la Redacción: El cartel con las fotos viene en la nota anexa bajo el título: «Recapturan a menores fugados»).

No podría yo decir que alguno de ellos tiene menos de dieciocho años. Parecen de treinta y cinco o aún más.

Cada uno de ellos trae marcado en su rostro el estigma del delito.

Había hace muchos años una disciplina llamada Frenología. La usaban mucho las policías más avanzadas del mundo para identificar los tipos de criminales.

Se basaba en la morfología del cuerpo y la cara.

Con el transcurso del tiempo y el avance de la tecnología, se fue desechando la Frenología como método de investigación, sin embargo, algunos de sus principios han quedado para la posteridad. Y como decía El Filósofo de Güemez: «Si tiene cara de buena persona, es buena persona; si tiene cara de mala persona, es mala persona, y si tiene cara de ratero…¡pues no le prestes dinero!»

Los ojos son el espejo del alma, dice un aforismo. Basta ver los ojos de una persona para saber si miente o está ocultando algo, porque inevitablemente tenderá a bajar la mirada o a voltear hacia otro lado.

Quien desde muy joven ha aprendido a delinquir, a reunirse con individuos de la peor calaña o formar parte de grupos delictivos, tiene esa mirada fría y dura que caracteriza a los criminales.

¡Mamás!¡Papás! Vigilen los ojos de sus vástagos. Cuando empiecen a ver que les rehúyen la mirada, cuando noten el endurecimiento de su rostro, es hora de actuar de manera enérgica porque empiezan a andar en malos pasos.

Claro que como padres de familia llegamos a creer que nuestros bebés son unas blancas palomitas y que siempre lo serán, pero en un ambiente criminógeno como el que prevalece en Reynosa, no siempre va a ser así.

Vean, si puede ampliar el cartel de referencia, cómo Luis Alberto Dávila Salazar, alias «El Viejito» nos presenta una mirada entre altanera y retadora. Con su bigote a lo Tin Tan y su corte de pelo tipo militar, es un candidato idóneo para engrosar las filas de la delincuencia.

Domingo Baudel García Valdez, otro de los jovenzuelos recapturados, más bien tiene una mirada de susto, pero en el fondo se aprecia el brillo siniestro de la maldad.

¿Y qué decir de Hugo Salcido Cisneros, alias «El Ping Pong»? Uno lo ve en la calle y puede estar seguro que lo va a asaltar.

José Guadalupe Tovar Cerda no aparenta la edad que tiene. Posiblemente la vida lo ha tratado duramente y no ha tenido más opciones que ab rirse camino en el bajo mundo de las drogas y la delincuencia.

Podemos tener hijos más feos que un coche por debajo, pero si los educamos correctamente tenderán a conducirse por el buen camino. Y entonces, no tendrán nada que ocultar y su mirada será limpia y cristalina.

Se me quedó pegada una frase que dijo ayer la alcaldesa Maki Ortiz en la audiencia de La Joya: «Hagan que sus hijos se acerquen a Dios».

Yo no soy un Pegaso creyente, pero como conocedor de los fenómenos sociales sé que la religión fomenta las conductas y valores morales.

De no haber sido por la religión, que para mí ha sido el invento más importante de la Humanidad, la sociedad actual no sería tan civilizada o desde hace mucho hubiéramos desaparecido como especie.

Hace un poco más de diez años, antes de que empezara esta absurda guerra de pandillas, un grupo de pastores de Estados Unidos, invitados por los de aquí, estuvieron en un evento con el entonces alcalde, Everardo Villarreal Salinas y consagraron a Dios a Reynosa.

Por lo que sabemos, no dio resultado, sino por el contrario las cosas se pusieron peor.

Sin embargo, en algo tienen rezón: Las cosas en México se empezaron a descomponer cuando las nuevas generaciones empezaron a olvidarse de los principios morales, de la ética y del civismo, prevaleciendo el egocentrismo, el amor por el dinero y la vida fácil.

Por eso les repito, papás: No apapachen al hijo que anda en malos pasos. Sé que no aceptarán sus consejos porque ya están «del lado obscuro», pero por lo menos no los oculten cuando los busca la policía, porque entonces se convierten en cómplices de lo que está pasando, como le ocurrió a Doña Tencha.

¡Qué! ¿No conocen un cuentecillo de mi autoría llamado La Etiqueta? Ahí les va para que vean qué le pasó a Doña Tencha:

LA ETIQUETA

                Doña Tencha era una mujer sencilla, de familia pobre, pero de arraigadas costumbres religiosas.

                Todas las mañanas acudía al llamado de la parroquia local donde escuchaba los sermones del padre Cosme.

                Abnegada, como la mayoría de las beatas pueblerinas, se desvivía por atender a su único hijo.  Toño representaba para doña Tencha el mayor fruto de sus esfuerzos y la esperanza de tener un futuro mejor.

                Con apenas doce años, todos los días y buena parte de la noche Toño se paraba en una de las callejuelas del barrio, con su radio en mano y su cachucha de pedrería brillosa.

                Para doña Tencha, sin embargo, seguía siendo su bebé. Cuando hacía frío le llevaba su chamarrita para que se cubriera del viento y la lluvia.

                En ocasiones, cuando Toño estaba muy cansado y quería echarse una pestañita, la buena mujer tomaba el radio y se ponía en el quicio de alguna puerta, atisbando al horizonte para reportar el paso de los convoyes de soldados y federales.

                Cierto día, Toño se descuidó por un momento, mientras engullía una torta de jamón y aguacate que le había echado su madre en una bolsa de plástico.

                Mientras se pasaba el bocado con un trago de refresco, aparecieron los militares en la esquina.

                Era una redada.

                Intentó correr a todo lo que daban sus piernas y los soldados le marcaron el alto.

                No hizo caso. Se «sordeó».

                Un segundo más tarde su cabeza estalló como globo cuando una bala calibre 50 impactó en su nuca.

                El proyectil le voló medio cráneo y cayó pesadamente al pavimento.

                De nada valieron las lágrimas de doña Tencha. La pobre mujer lloró sobre el cadáver sanguinolento, mientras gritaba a los militares que su vástago era inocente.

                El cuerpo de Toño fue enviado a la morgue con una humillante etiqueta amarrada en un dedo del pie con la leyenda: «Delincuencia organizada».

                El refrán estilo Pegaso dice así: “Negativo. Mi vástago es similar a un ánima perteneciente a la deidad”. (No. Mi hijo es un alma de Dios).

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